Los catequistas, bienaventurados

Los catequistas, bienaventurados

HERMINIO OTERO.- Manuel María Bru, delegado de Catequesis de la Archidiócesis de Madrid, nos regaló hace un tiempo estas Bienaventuranzas del catequista, “ocho bienaventuranzas para miraros en ellas como en un espejo, para encontrar en ellas respiro y aliento, para tender a ellas”.

Lo hizo en el cierre de su intervención en la presentación del libro 'A los catequistas: salid, buscad, llamad' de Jorge Mario Bergolio / Papa Francisco, publicado por la editorial Romana. Esos mismos mensajes habían sido publicados ya por CCS y Claret ('Salgan a buscar corazones') y, de forma más completa y con propuestas de trabajo específicas para los catequistas, en PPC ('Queridos catequistas'). De esta obra de PPC se han hecho dos ediciones específicas por los catequistas de Cádiz-Ceuta y de Zaragoza. La seguimos recomendando no solo para la formación personal, sino para la formación en grupo como catequistas. Y podemos personalizarla para otras diócesis o grupos de catequistas.

Las líneas fuerza que recorren los mensajes del papa Francisco a los catequistas se encuentran resumidas en estas bienaventuranzas. Merece la pena leerlas despacio, releerlas saboreándolas, meditarlas desde nuestra realidad y aplicarlas a nuestra vida. Es un buen regalo que podemos hacernos.

Bienaventuranzas del catequista (según el papa Francisco)

1. Bienaventurados los catequistas que meditan y rumian la Palabra de Dios, que creen en el Evangelio de verdad, no destilado, y ayudan a que otros crean también en él, que hacen que la doctrina se haga mensaje y el mensaje vida, que no vacían su contenido, pero tampoco lo reducen a simples ideas, anclados solamente en formulación de verdades y preceptos, sin ternura, sin capacidad de encuentro.

2. Bienaventurados los catequistas que no tienen miedo a las periferias, que salen de sus casas y de sus cáscaras eclesiales, de las sacristías y secretarías parroquiales, para salir a la calle, a golpear puertas, a anunciar que Jesús vive, no solo hablando de él, sino haciéndolo ver en sus vidas, presente en medio de su pueblo.

3. Bienaventurados los catequistas que priman el ser catequistas al dar catequesis, que quieren ser testigos antes que maestros, y que quieren ser testigos en cadena y no testigos de sí mismos, y cuya única autoridad consiste, como en la del Maestro, en nutrir y hacer crecer.

4. Bienaventurados los catequistas que celebran lo que enseñan, que custodian el día del Señor, que se nutren de la eucaristía, que no dejan que el alma se arrugue, y que siendo también “hombres de silencio”, saben adorar y que enseñan a adorar.

5. Bienaventurados los catequistas que abrazan su fragilidad, y que en su vulnerabilidad son capaces de conmoverse, compadecerse y detenerse, que están cerca de los que sufren con la “pedagogía de la presencia”, y que no se acostumbran jamás a los rostros de tantos niños que no conocen a Jesús, a los rostros de tantos jóvenes que deambulan por la vida sin sentido, a los rostros de multitud de excluidos que, con sus familias y ancianos, luchan para ser comunidad, y cuyo paso cotidiano por la ciudad les duele e interpela.

6. Bienaventurados los catequistas que son pedagogos de la comunicación, que se dejan desinstalar para aferrarse a lo ya adquirido, abiertos a los nuevos cruces de los caminos en los que la fidelidad nunca es repetición, sino que adquiere el nombre de creatividad.

7. Bienaventurados los catequistas que saben mirar con la mirada amorosa, respetuosa y sanadora del Maestro, ante el espectáculo sombrío de la omnipotencia manipuladora de los medios, del paso prepotente e irrespetuoso de quienes como gurúes del pensamiento único, aún desde los despachos oficiales, nos quieren hacer claudicar en la defensa de la dignidad de la persona, contagiándonos una incapacidad de amar.

8. Bienaventurados los catequistas que desempeñan la diaconía de la ternura y del acompañamiento, y la pedagogía del diálogo; que saben escuchar, compartir preguntas y búsquedas, que saben auscultar los interrogantes, las dudas, los sufrimientos y esperanzas de nuestros hermanos, a quienes toca no sólo acompañar sino reconocer como acompañantes y guías en el camino.

 

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